sábado, 30 de junio de 2007

Certamen Literario DFA 2007

PROSA 1er. Premio.
María del Carmen Muñoz
Rosa Salcedo


La hoja
Aquel año la primavera llegó con adelanto. El tímido sol de invierno empezó a brillar con más fuerza y el bello álamo a la orilla del río iba desperezándose al contacto con sus tibias caricias. El dedo de luz hizo brotar la pequeña hoja. Se sintió mecida por unos brazos invisibles y una sensación de alegría la invadió. Empezó a mirar a su alrededor y vio que estaba rodeada de cientos de sus semejantes que se inclinaban sobre ella para darle la bienvenida. Algunas, más grandes y con más experiencia, habían nacido unos días antes, estaban vestidas de un verde intenso.
-Hola ¿quiénes sois? –preguntó dulcemente
-Somos hojas, como tú.
-¡Hojas!.. y ¿qué es una hoja?
Al final de la rama en que habitaba la recién nacida una voz contestó:
-De una en una somos muy poco, pero todas juntas somos la fuente de la vida. Nada sería posible sin nosotras. ¿Ves el cielo azul que lo envuelve todo?, lo creamos nosotras y bajo su manto habitan todas las cosas de este mundo ¿Notas el suave balanceo que nos mece?, es el viento que se origina con nuestro aliento.
-¿Y qué lugar es este?
-Es la copa de un árbol, nuestra casa –respondió la hoja sabia-. También somos alimento, damos sombra, reposo, hacemos música y anunciamos las estaciones; en primavera apareceremos como brotes tiernos; en verano lucimos esplendorosas bajo la luz del sol, haciendo de escudo contra sus hirientes rayos; en otoño nos vestimos de bellos colores, engalanadas para el último baile y en invierno cubrimos la tierra para darle comida y abrigo. En fin, como ves, somos muy importantes –acabó, sin poder contener el orgullo-.

Contenta en su rama, pasó el resto del día meditando sobre la importancia de ser una hoja y viendo desfilar la corte de la Naturaleza: hormigas subiéndose por el tronco, insectos que se posaban en ella para descansar y pájaros ruidosos que iban y venían saltando de rama en rama.

El día fue apagando sus luces y el miedo fue apoderándose de la hojita que no entendía por qué el mundo recien descubierto iba desapareciendo a su alrededor. Tan sólo una pequeña guadaña blanca brillaba amenazante donde antes se abría una inmensidad azul.

-¿Dónde se han ido todos? –pensó

El rumor de las hojas mecidas por la brisa la tranquilizó y la sumió en un profundo sueño.
-¡Qué alegría cuando despertó! Todos estaban allí otra vez y en la rama de abajo una nueva compañera acababa de nacer. Se sintió mayor.

Los días iban pasando y nuestra amiga iba creciendo y haciéndose más verde y brillante. Una pareja de petirrojos enamorados se instaló cerca de ella. Se pasaba horas mirando a las aves acarrear palitos y briznas de hierba para construir su nido. Le daba envidia ver cómo extendían sus alas y desaparecían volviendo al poco tiempo con algo en el pico. Le hubiera gustado unirse a su vuelo pero el tallo que la sujetaba al árbol se lo impedía. Por eso, los días en que el viento tenía mucha prisa era feliz; el fuerte balanceo de la rama la llevaba de aquí y allá y soñaba que volaba.

Una vez acabado el nido y la hembra ocupada en incubar sus huevos, el petirrojo y la hoja disfrutaron juntos de muchos atardeceres admirando la danza que se desarrollaba allí arriba, en el cielo.
-¡Qué pájaros tan raros! –exclamó la hojita.
-No son pájaros –contestó el pajarillo- son nubes. Las nubes crean el otro mundo. A veces se ponen oscuras y nos regalan sus semillas de agua en forma de lluvia ¿Ves ese camino ondulante y cristalino al pie del árbol? Es un río que transporta el agua de las nubes hasta el mar.
-¡El mar! ¡otro mundo! –Nuestra amiga temblaba de emoción.
-¿Cómo es el mar? –preguntó entusiasmada
-Yo no lo he visto, mis alas son cortas, vuelo bajo y no puedo llegar tan lejos. Me contento con mirar los hilos de plata que llevan a él, saltar de árbol y árbol y cantar al amanecer.
-¡Vaya! –pensó la hoja- tampoco es libre mi amigo. Está sujeto a su destino por sus cortas alas como yo lo estoy al mío por mi tallo.
-Pero conozco a alguien que lo ha visto. Mi amiga cigüeña sobrevuela el mar cada vez que parte hacia el sur, a su casa de invierno. Con sus enormes alas planea y planea durante horas buscando tierra donde posarse. El mar es inmenso ¿sabes? Y está lleno de vida. Mi amiga, desde lo alto, ve a sus habitantes deslizarse por ese mundo verde y brillante como tú, hojita. Algunos incluso saltan hacia fuera como queriendo alcanzar el nuestro pero pronto desapareceran en las profundidades.

La hoja no cabía en sí de gozo al pensar que tenía cosas en común con el mar.
-¡Verde y brillante, verde y brillante, como yo! –repetía- ¡quiero ver el mar!

La vida seguía su curso en el pequeño universo del árbol a orillas del río. El sol alcanzó su máximo poder . Nuestra hoja era grande y hermosa. De pronto, vio a su lado algo que la fascinó. No sabía qué era. Podía ser un pájaro pues había llegado volando, tal vez las hojas de un extraño árbol traídas por el viento o una rara flor con alas de maravillosos rojos, negros y amarillos.
-¿Eres flor o pájaro? –preguntó
El extraño ser se echó a reír.

Ninguna de las dos cosas –respondió el visitante- Soy una mariposa ¿a qué soy hermosa? Mira la elegancia de mis alas y sus finos dibujos, observa la sutileza de mi vuelo y la finura de mis patas.

Después de aletear alegre y vanidosa desplegando sus encantos frente a la hoja, el insecto retomó su vuelo frágil y multicolor.

Es cierto, eres hermosa –pensó nuestra amiga- pero no eres verde y brillante como el mar-. Y resplandeció de orgullo.

Una noche al final del verano los dos mundos, el de arriba y el de abajo, empuñaron las armas y estalló la tormenta. Ejércitos de viento y agua entrechocaron sus espadas haciendo saltar chispas que iluminaban el cielo como amaneceres fugaces. Temblando, la hoja veía aparecer y desaparecer a sus compañeras a través de la cortina líquida que amenazaba con derribarla. Por un momento, olvidó sus sueños de volar y se aferró a la rama que la sujetaba, sintiendo la fuerza protectora de su árbol. Abajo las aguas del río rugían con furia.

A la mañana siguiente, la tierra estaba llena de grandes charcos que espejeaban con el sol y los colores lucían más intensos: el azul del cielo, el verde de la hierba y los rojos blancos y amarillos de las flores. La paz reinaba de nuevo y allí arriba, en su rama, nuestra hoja volvió a soñar.

El tiempo se deslizaba suavemente vistiendo a la Naturaleza con un nuevo traje. A su alrededor, sus compañeras iban cambiando verde por amarillo y marrón se iban desprendiendo. Algunas caían al pie del árbol, otras, empujadas por el viento parecían volar. Al pasar por su lado se despedían de ella.

Fue la última en soltarse, dejando el álamo desnudo y frío, como un salón de baile después de una gran fiesta. Sintió la fuerza de la tierra llamándola, pero un remolino de viento la depositó en la superficie cantarina del río. Recordó las palabras del petirrojo: “ese hilo de plata lleva al otro mundo”; al mar.

Hasta ese momento, aferrada a su rama, el espectáculo del mundo había pasado ante ella, ahora en su carroza de agua era ella la que recorría todos los paisajes y por mucho que mirara no conseguía ver dónde acababa el cielo.

Poco a poco el viaje se fue haciendo más lento. El agua se detenía en los recodos del río, sin prisa por llegar a su destino.

Cuando se sintió sostenida por una mano de agua y otra de viento y el sol como único testigo supo que había llegado. Extraños seres se acercaban para jugar y saludarla: peces de colores, medusas, caballitos de mar... La hoja, nacida para jugar con las criaturas del cielo, lo hacía ahora con los animales del océano.

Al atardecer, un gran pájaro blanco de pico largo navegaba por el aire rumbo al sur. Bajo su vuelo se distinguía la inmensidad del otro mundo y sus habitantes transparentándose en la superficie. Sus grandes alas blancas de fuertes plumas le permitían flotar entre dos universos y alcanzar la última frontera.

Por un momento la cigüeña se interpuso entre nuestra amiga y el sol. Era una gran cruz blanca que marcaba el punto donde los dos mundos se unían en uno solo: la Tierra. La cigüeña se alejó majestuosamente.

EPÍLOGO: Aquel que no tiene alas grandes puede fabricarse unas hechas con plumas de ilusión, fe, determinación y sueños, como una hoja.

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